Suena el agua, suena el cristal, suenan las ambulancias, suena mi cabeza

Suena el agua, suena el cristal, suenan las ambulancias, suena mi cabeza

Ambos hemos procurado mantener limpio el hogar. Estamos nosotros dos y la gatita que recién adoptamos. Ella nos ayuda siendo linda, dependiendo de nuestra generosidad, corriendo desenfrenada durante su ‘hora loca’. Procuramos ver una película cada día, ni más ni menos. También nos acoplamos a los horarios del home office. Somos de los afortunados que trabajan en lugares donde los líderes se preocupan y se ocupan en combatir la pandemia. Empresas humanistas que anteponen el bienestar de las personas a las utilidades generadas y la minimización de pérdidas económicas. Es un momento en el que la especie humana pierde agremiados al tiempo que la naturaleza recupera una micra de todo lo que le hemos arrebatado. La cifra en tiempo real registra ciento noventa y tres mil ochocientos diecinueve decesos. Información actualizada al menos cada hora, pero de baja y politizada credibilidad.

Platicar con las amistades se ha vuelto un reto de sensibilidad. Hay quienes han perdido su empleo, las empresas para las que trabajaban ya quebraron o recortaron personal. Otros sienten que han enloquecido, hacinados con tres hijos menores de edad en un espacio de cincuenta metros cuadrados. No dejo de pensar que su pequeño departamento en el norte de la CDMX es un palacio comparado con el de otra pareja que comparte un espacio de veintiséis metros cuadrados en una de las zonas más populares de Paris. También están aquellos desesperados cuyo reloj biológico se desquebrajó con la menor provocación. El insomnio ha llegado a su casa. Da alegres saltos sobre su cama cada noche. Apenas han conciliado el sueño, el trino de los pajarillos a las seis de la mañana los vuelve a despertar. Su dedo índice les arde después de tanto bailar con la pantalla del teléfono. Otros menos afortunados siguen yendo cada día a sus inmensos corporativos. En su imperialista zona de trabajo siguen entrando y saliendo los uber, el tráfico es el mismo de siempre, se mantienen abiertos los puestos de jugos y garnachas aledaños. Adentro de los impolutos e inmensos cubos de concreto y cristal, continúan buscando mejorar la protección de datos personales y el acceso al internet gracias a sus colmenas humanas, sus call centers. Aún se sostienen ridículas juntas presenciales en las que realizan múltiples análisis FODA, combatiendo sus debilidades con fortalezas y sus amenazas con oportunidades. El futuro es de los aguerridos que saben triunfar en medio del caos. Mientras tanto, dos conversaciones de WhatsApp más abajo, están aquellos que enterraron a su tía la semana pasada y hoy están velando a su padre. También hay quienes me confiesan entre gritos y lamentos que ya no soportan vivir con su pareja, con sus padres, con ellos mismos. ¿Qué se les puede decir? Que tengan calma, que agradezcan y, tal vez por primera vez, valoren todas las maravillas que los rodean. Trabajo, salud, un techo, internet, energía eléctrica, agua potable, comida, parientes mayores que aún les envían una imagen de piolín con un trillado mensaje de afecto, vida.

El petróleo llegó a los niveles más bajos de la historia. Los barcos están varados en todas las costas del planeta. Nadie tiene un uso que darle al oro negro adentro de un planeta donde la producción se ha congelado. Las noticias reales se mezclan con las ficticias. No sabemos si los cadáveres en Guayaquil, Ecuador, realmente están en las aceras esperando a ser recolectados. No sabemos si realmente hay leones sueltos en las calles de Rusia para evitar que la gente salga de sus casas. No sabemos qué ha sido del dirigente de Corea del Norte. Es mejor dejar por la paz a los noticieros y a las redes sociales y continuar lavando los trastes.

Empiezas a pensar en todos aquellos que viven al día. Los que se han acomedido a llevar tu basura hasta el camión recolector, buscando que les des una moneda para subsistir. Los que continúan trasladando alimento, compras de última hora, lo que necesites. Algo tan barato como un paquete de cuatro pilas AA ahora llega hasta la comodidad del hogar sin costo adicional. En este grupo se encuentran los desafortunados cuya limitada liquidez los ha obligado a mudarse en estos momentos. Sin su principal fuente de ingresos, no soportaron pagar dos meses de renta. La cantante, el productor de cremalleras, la que administraba un bello restaurante, pero a quien nadie le pide comida a domicilio. Mudarse en estas fechas. Arrastrar el colchón donde duermen sobre el campo minado que es la ciudad. No saber qué es mejor, contraer el virus ahora que aún hay respiradores disponibles, o tratar de no contraerlo, con la certeza de que en tres o siete semanas ya no habrá respiradores. Es mejor no pensar en eso. Es mejor concentrarse en lo inmediato. Procurar que este vaso que lavo quede sin aroma a choquía.

El sonido de las ambulancias ha incrementado. Suenan con la misma frecuencia que antes se escuchaban los aviones. O quizá no, quizá sólo es la paranoia del momento. Alimentada con cada vez que se ve una de las pequeñas camionetas que visitan los domicilios para realizar pruebas a personas que presentan al menos tres de los síntomas del COVID-19. Hace tres días se estacionó en el edificio de enfrente. Ayer se estacionó en el edificio que está al lado del de enfrente. Te aterra la idea de que un día, muy pronto, toquen alguno de los doce timbres de tu edificio. Apenas esta semana entramos en la fase tres de la contingencia, y ya abundan las noticias de los involucionados irracionales que atacan al personal del servicio médico en las calles, en el transporte público, en los mismos centros de salud. Te preguntas si le echaste alcohol suficiente a los zapatos que has dejado en la entrada del departamento. Te das cuenta de que tus preocupaciones son tan insulsas como las de Ilse Salas en Las niñas bien

Piensas en todo lo que no has hecho. Los lugares que quieres conocer, los libros que no has leído, ese pendiente que era el más grande y al que no puedes darle continuidad. Tienes que centrarte en lo demás, en mantenerte cuerdo, tranquilo, sano. En sonreírle a la persona con quien has decidido continuar una historia conjunta. Tu mayor cómplice. Al menos estas tranquilo sabiendo que esa decisión de continuar la vida juntos ha sido correcta. Su risa, sus bromas, su facilidad para desestimar cualquier conflicto menor y centrarse en lo relevante. La salud, la vida, la estabilidad emocional, el amor. No hay nada material que puedas regalarle en este momento. No hay un hobby al aire libre que puedan compartir. Sólo están los dos. Valorándose, viéndose, contándose, entregándose, comprendiéndose, planeando. Lo lamentas por todos aquellos que se están dando cuenta en estos días de aislamiento que su selección de pareja ha sido incorrecta, venía envuelta en los disfraces de la vida cotidiana. ¿Qué tanto se desbordará la fila de divorcios una vez que abran el registro civil?

Realmente así debería de ser la vida, dándole mayor relevancia al presente. El presente es el que va tejiendo los hilos de la prenda del futuro. El presente es el que va dejando tras de sí el trayecto recorrido. El presente es lo que tenemos. Y si algo del pasado no nos satisface o si algo del futuro nos aterra, es en el presente cuando podemos remediarlo, conciliarlo. La pandemia debería enseñarnos eso, a valorar el presente. Nuestra libertad de pensamiento, nuestra estabilidad financiera y emocional, nuestra compañía en estos días de encierro, nuestro estado de salud. Lo que tenemos y lo que somos ha sido conformado por las decisiones y las acciones que hemos realizado en algún tiempo presente que ahora ya pasó.

En el futuro volveremos a salir más allá de la puerta de nuestro edificio y entraremos a un mundo diferente. De eso no hay duda. La duda es si saldremos siendo los mismos que fuimos, o si saldremos como alguien diferente, alguien más humano, alguien que realmente merezca haber sobrevivido a la pandemia. Alguien que merezca a sus seres queridos y que merezca un futuro. Alguien que merezca permanecer en el planeta. Alguien que merezca permanecer en la vida.

Ricardo Castañeda

Consultor intentando actuar localmente, cinéfilo, runner, fan de la bandera del orgullo.

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Comentarios (3)

  • Atzin

    Woow!!!

  • Martín Mónico

    Muy sensible reflexión. Estupendo escrito!

  • Lore

    Bravo, bravo, bravísimo!!!

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