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Si hace diecisiete años te hubieran dicho que podrías sentirte cómodo en tu propia piel, no lo hubieras creído. Eso parecía tan lejano como imposible. Pero sabías perfectamente que debías hacer algo para conseguirlo.

No es fácil vivir con miedo, pero te acostumbras, se vuelve rutina. Años de vivir con el cuerpo tenso y el estómago apretado. Años donde las manos te sudan por cualquier cosa, haciendo evidente el estado permanente de inseguridad en el que vives, dudando de ti, de tu voz, de cuerpo, de lo que sientes, sin podértelo explicar.

No es posible hablarlo. El mundo más cercano te ha dejado claro que de eso no se habla, que es algo malo que debes callar, ocultar y cambiar. Como si pudieras, como si dependiera de ti.

Pero esa noche sabes que debes hacer algo, que ya no es posible seguir dudando, vivir llorando de noche o cuestionándote. No es posible. Es momento de hacer, o te mueves o sientes que no tendrás el valor nunca más.

Y ahí estás, en medio la noche, a penas comenzaba el 27 de enero del 2003. Agarras tus cosas, las juntas y en total silencio, con el corazón latiendo como desesperado, bajas las escaleras, procurando no hacer ruido. Miras el que ha sido tu hogar por diecisiete años. Ahí creciste, jugaste, hiciste tareas, comiste, festejaste navidades y recibiste años. Ahí tuviste miedo, mucho. Lo miras con nostalgia, porque te vas creyendo que jamás más a volver.

El cuerpo tiembla. Cada paso corres el riesgo de arrepentirte o de que te vean. Temes ver su reacción, la que anticipas explosiva, hiriente y sobre llena de decepción. Pero entre más avanzas, más ganas te dan de hacerlo. Cada paso disipa la angustia, te hace sentir que por primera vez puedes respirar largo, profundo. Cruzas el jardín, el patio, y llegas a la puerta, donde te espera el taxi que llamaste. Llevas maletas, trajes, cámara. Todo lo que hasta ahora posees, pero ahí en el pecho comienza a latir el valor, no el de aguantar y resistir, sino el de actuar y moverte. Esa sensación jamás la olvidarás y a partir de ahí jamás dejarás que se apague. 

El carro arranca. En el espejo de cuarto dejaste una carta explicando todo. Está hecho.

Abres la ventanilla del carro, como muchas veces. Dejas que entre el aire frío y roce tu cara. Respiras, respiras. Y surge algo atrás del dolor y el miedo, un poco de esperanza y alegría. Atraviesas la ciudad, se ve hermosa. Esperas que mañana por la mañana tus padres lo sepan y explote todo. 

Llegas a casa de tus tíos. Ellos lo saben, te aceptan. Y ahí suena el celular. Son tus padres, ya lo saben. Está hecho. No hay marcha atrás. Lo niegan, lloran, y aunque te enfada su reacción, lo dijiste, lo saben y tu sabes lo que eres, y aquí comienza el camino para definirte tu y no los demás.

Cuelgas. No les dices más. Sabes que aunque duela, debes comenzar tu vida solo. Crees que jamás lo aceptarán y con tal de no ver su dolor y decepción, prefieres hacer tu vida lejos, muy lejos y a cabio quieres saborear la libertad.

Esa noche apenas puedes dormir. El cuerpo está intoxicado de adrenalina. Tu mente es un torbellino de posibilidades e ideas, pero hoy sientes que se han abierto otros caminos, que puedes decidir y que esta vez ya no vas a callar. Lo has dicho, has hablado por fin.

Al día siguiente, casi sin dormir, aún alerta, caminas por la ciudad. Tus tíos te respaldan. Sueñas con vivir en otro lugar, tener otra vida. Vas sintiendo como poco a poco va entrando la tranquilidad en tu cuerpo. La mentira y la careta se han caído. No querías mentir, te obligaban a hacerlo. Justo por eso necesitabas decirlo, para que al menos conocieran tu verdad, quién eres. Aunque sigues siendo el mismo y sólo revelaste con quien quieres compartir tu corazón y tu cama, parece que eso pesa demasiado para algunos. Ya abriste tu secreto, que no entiendes en qué te hace distinto. Pero ahí está, no hay nada que ocultar, solo comenzar a construir.

Cada hora vas sintiendo más calma, comienzas a dormir y comer en paz. Pasan cuatro días. Te encuentras con tus padres. Han llorado tu ausencia. Te duele. Tu no quieres volver a lo mismo. Se abrazan. Platican. Lo niegan. Lo ocultan. Pero tu no, ya no. Si diste este paso, no es para volver atrás y menos cuando has saboreado un trozo de libertad y te ha gustado. 

Vuelves a tu casa, la que te vio crecer. Silencio, abrazos, calma. Después la negación y el silencio. Las discusiones, los reclamos, y la defensa. Hablan, hablan y hablan. Lo niegan sin descanso y te mantienes firme. Pasan los días que se vuelven semanas. Los meses se hacen años. Y sigues avanzando. Sabes que ya no puedes cambiar su forma de pensar, pero si puedes cambiar tu vida. Los entiendes, pero no puedes hacer más.

Llegaste a la universidad, creciste, leíste, y cada día fue un paso que diste por aprender, por no volver a lo mismo de siempre. Fuiste a terapia, te reconstruiste.  Conociste buenos amigos que te han acompañado en el camino.

Si te vieras a los ojos de ese que fuiste, te podrías sostener la mirada, te podrías sentir orgulloso. Aunque no fue fácil, sabes que tuviste que reconstruirte muchas veces, que tuviste que explorar quién eras para saber a dónde vas, Tuviste que librar batallas internas. Sabes perfectamente que quien no se resuelve y se cuida, no se puede transformar. Tuviste que aprender a amarte, a respetarte, a encontrar tu valor. Que no has parado de decidir, de afrontar los retos, de depurar las lágrimas. De librar muchas batallas internas. Te has atrevido a abrir el corazón, la mente y los brazos a la vida. 

Y aquí estás ahora. Diecisiete años después. Creando tu nuevo hogar con el hombre que amas. Estás construyendo un nuevo proyecto, de vida, de tiempo, de ganas. Es la misma fecha y mientras escuchas los ruidos de la noche que acompañan las óperas que te gustan, repasas aquella noche y los años. Te gusta lo que ves, lo que sientes.

Por la mañana llegará el carpintero, pondrás los entrepaños que faltan para traer todos tus libros. Hará los closets más grandes para que quepa la ropa de los dos. Está casi todo listo para esta nueva aventura, para una etapa más en tu vida, donde tu has trazado el camino y te has atrevido.

Tu familia está en su casa. Aún no saben este nuevo paso. Quieres darles la sorpresa. El año nuevo estuvieron juntos. Tu novio cocinó con ellos y cenaron como una familia. Desde hace varios años han aceptado y respetado tu vida. Ellos mismos se tuvieron que retar para tirar sus prejuicios. Te hacen sentir profundamente su amor y su libertad. Y tu los amas y son partícipes de tu vida. Está hecho. No hay marcha atrás, el amor ha ganado.

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