Vender la libertad para pagar las cuentas

Vender la libertad para pagar las cuentas

Como cada mañana, Mateo se despierta con la pesadez de quien no le gusta lo que hace. Arrastra los pies hasta el baño, se mira al espejo y se reprocha la edad, el exceso de sueño o la hinchazón por la fiesta. Se baña con prisa, sin calma. Se viste en el orden acostumbrado y desayuna cereal con leche. La misma rutina.

Sale a la ciudad. Maneja hasta el trabajo, molesto con todo lo que le rodea. No le entusiasma llegar pero debe hacerlo. Al entrar en la oficina esboza una sonrisa fingida, pocos lo notan, es común entre todos. La falsa amabilidad y los cuchicheos son una constante.

El trabajo lo realiza en automático, quejándose cuando hay demasiado lo mismo que cuando hay muy poco y no tiene nada por hacer. Diario deja entre ocho y diez horas de su vida en una oficina que le desagrada, vendiendo su libertad, su tiempo, su dignidad, para poder pagar las cuentas.

Vive como muchos, esperando los fines de semana, odiando los lunes y contando los días para la quincena. Se ha ido endeudando con el tiempo tratando de compensar la desdicha. Compra cosas que aseguran la felicidad efímera aunque no todas las necesita. Cada año, espera con ansias el aguinaldo y el bono para poder bajar las deudas y adquirir nuevas, para sentir que la libertad que vende, está compensada.

Esa la idea que siempre le han vendido. Tener para ser. Poseer para valer. El carro, el departamento, cambiar el móvil cada año, salir de vacaciones a los mismos destinos, comer en determinados lugares, tomar bebidas con logos y compartirlas en fotografías para recibir likes y que adquieran sentido. Gastar más de lo que se tiene. Aparentar para parecer.

A eso se le llama estabilidad: un trabajo constante, un sueldo comprometido, el hartazgo suficiente para vivir quejándose sin hacer nada por cambiarlo y el miedo que paraliza y lo mantiene en el mismo lugar. Miedo a que el trabajo se acabe, a que el ascenso no llegue, a que la vida se le escape. Miedo a independizarse o buscar otro empleo, miedo de hacer lo que le apasiona.

Estos miedos no son nuevos. Llevan años apareciendo y atrofiando la forma de sentir, de vivir, de disfrutar. Siempre ha postergado sus proyectos y los ve como metas que no se cumplen. Abrazando la esclavitud elegida. Resignándose cada noche ante una soledad que llena con las series que devora.

Cuando conoce a alguien se asusta. Sabe que si no ha conseguido sus sueños, poco tiene para dar. Y comienzan las exigencias, los desacuerdos. Necesita promesas y necesita que se las cumplan. Teme entregarse y que le fallen. Mide cada palabra, cada mensaje. Espera estabilidad, felicidad, esperanza, la que por sí solo no puede tener. Deja de luchar a la primera. EL amor asusta porque saca de la anestesia, por necesita valor, porque se alimenta de la vida y sus satisfacciones.

A veces, en las noches, en su cama vacía, se pregunta ¿en dónde se perdió?, ¿cuáles eran sus sueños?, ¿qué puede hacer ahora?. Pero ninguna respuesta lo salva. Ha aprendido a huir hasta de sí mismo. Quiere tener alternativas, pero no se atreve a buscarlas, porque teme que llegue la incomodidad que no permite quedarse en el mismo lugar y mejor se deja vacunar por el miedo y se queda en el lugar seguro.

No siempre ha sido así. Hubo un tiempo en el que tuvo valor. Hubo un tiempo en que por más que le llamaron loco, se atrevió a hacer lo que gustaba. Se fue a otra ciudad y comenzó una nueva vida. Aún recuerda aquel lugar donde trabajó y fue feliz, donde tenía amigos, donde disfrutaba cada día de ir a trabajar, donde aprendía, donde reía. Pero no pagaba las cuentas. Tenía lo justo y se sintió incapaz. Mejor se fue a cumplir el sueño de otros.

Y ahí tiene las preguntas clavadas en el pecho. ¿Vale la pena el sacrificio? ¿De verdad no se puede conjugar el disfrutar lo que se hace y ganar bien?. Pero Mateo se repite que está mejor ahora, que tiene su casa, su carro, su soledad intacta, su incapacidad para sentir y su autoestima a meses sin intereses.

«Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose»

Byung-Chul Han

Luis Miguel Tapia Bernal

Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".

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