Dejar de cargar el pasado

Dejar de cargar el pasado

Gracias C.D. por el valor de contar tu historia y permitirme escribirla y compartirla

Cuando no te has encontrado, esperas que cualquiera te guíe. No importa si te lleva al abismo, mientras te acompañe y te permita sentir algo, es suficiente. Así le pasó a Lucía por muchos años. Ya no recordaba lo que era sentirse querida. Sus padres migraron cuando ella era sólo una niña y sus castillos y seguridades se desvanecieron en el adiós.

Su padre era su todo. Se fue sin poder despedirse mirándola a los ojos. Lo que Lucía ignoraba era que su padre lloró muchas noches mientras la veía dormir. No tenía el valor de decirle que se iría, que cruzaría la frontera sin la seguridad de vivir, de volver, pero que no perdía la esperanza de hacerlo y poder darle una vida mejor. Lo único que pudo hacer es dejarle una nota prometiendo volver.

Lucía al levantarse buscó por todos lados a su padre. La nota no la consoló. No entendía lo del dinero, ni las explicaciones que su madre y hermanas intentaban darle. Algo se rompió en lo más profundo de ella, la quebró. Lloró por días. Al poco tiempo también su madre se fue a perseguir el sueño americano. Nada volvió a ser igual.

Ella se quedó con sus hermanas y sus abuelos y ahí conoció la rebeldía. Su abuela era dulce, pero su abuelo era autoritario y no dejaba que saliera a jugar. Ella se escapaba por la ventana de la cocina para ir con sus amigos y soñar un rato, correr, sentir el viento en la cara. Entraba a hurtadillas cuando sus tíos volvían del trabajo y podían abrirle la puerta, mientras ella fingía seguir en su cuarto.

Aprendió a hacerlo todo sola. Sintió que de nada servía ser la niña linda y segura, si su mundo se había roto. Poco a poco fue construyendo un caparazón tan grande que no permitiera a nadie entrar demasiado profundo. Los años pasaron. La vida siguió. La herida no sanó, pero hizo lo que se hace siempre: ignorarla creyendo que si no la ves, no importa. Pero ahí estaba, acechando.

Sus padres volvieron años después. Ella seguía enojada. Desconocía y desaprobaba todo lo que le daban. Nada era suficiente. La niña herida no sentía compensación. Creyó que todo lo tenía que hacer sola, así no corría riesgos. Se hizo la reina del “no pasa nada” aun cuando pasaba y necesitaba hacerse caso a sí misma.

Pronto comenzaron las historias de amor con hombres a los que no podía tomar en serio. Siempre evitaba llegar a más, hasta que conoció a un hombre prohibido que la destrozó, porque la enfrentó con su herida más grande. Ella le permitía todo, sintiendo que lo merecía. No alcanzaba a ver el poder que tenía de ser libre ante las ataduras que a él lo retenían. Cuando no pudo más, por fin dijo adiós.

No volvió a creer en sus decisiones. Sentía que se había equivocado tanto, que no era confiable, por eso pedía la opinión de todos antes de hacer o decidir algo. En su momento no se dio cuenta que entre más lo hacía, más se comprobaba que sola no podía, creando una trampa tan grande que era difícil de detectar y salir de ella. Pensar demasiado y terminar en el mismo lugar, se volvieron un camino constante.

Con el tiempo llegó un nuevo intento de amor. Conoció a César y creyó que podía ser diferente. Pero él estaba roto, quizá más que ella. Al poco tiempo se fue, aunque nunca del todo. Iba y venía, vendiendo falsas promesas. Ella esperaba pacientemente. Pero un día lo vio con alguien más.

Todo se volvió a derrumbar. La armadura que tanto trabajo le había costado construir, se había roto y no sabía cómo repararla. Vivía en automático un ciclo en el que sólo sabía tener por un tiempo y después perder. Ignoraba que muchas veces el problema no es no tener, sino tener y asumir todo lo que implica, y más con el amor que siempre te reta y te confronta con tus fantasmas.

Una noche se sostuvo la mirada frente al espejo y pudo ver el dolor que cargaba, tan viejo y tan lejano, que de tanto ignorarlo ya se había acostumbrado a él. Hacer lo mismo de siempre ya no estaba funcionando, porque ni las cervezas o el cigarro, ni los eternos consejos de los amigos, adormecían o distraían lo suficiente. Ya nadie podía sostenerla esta vez. Le tocaba a ella misma.

Luis Miguel Tapia Bernal

Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".

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Comentarios (9)

  • Josías Emmanuel Cortés

    Wooow que interesante perspectiva!
    A cuántos de nosotros nos ha pasado! Buscamos llenar un vacío, solventar una carencia, en vez de construir y complementar! Tan fácil que es decirlo. Tan difícil que es lograrlo! Padrísimo desarrollo del tema! Enriquecedor como siempre! Gracias por Compartir!!!

    • Luis Miguel Tapia Bernal

      No sé si es fácil lograrlo, puesto que hay muchas veces que trabajar distintos temas y se requiere en ocasiones un acompañamiento profesional, claro, profundo y enfocado en la solución.

      Siempre es un gusto leerte y saber que semana a semana estás al pendiente de los artículos. Muchas gracias

  • Adri Velazquez

    Waooo!! Definitivamente habemos muchas Lucias por el mundo, que por diversas heridas de la infancias y vivencias, vamos con un eterno caparazón que no nos permitimos soltar, por miedo a sentirnos débiles y por no ser lastimadas, sin saber que el dolor sigue ahí dentro de nosotras mismas….excelente reflexión!!

    • Luis Miguel Tapia Bernal

      Hola Adriana, muchas gracias por leer el artículo y visitar la página.
      Así es, son demasiadas cosas las que se viven y se deben trabajar y resolver, sobretodo esto, a veces más que sólo pensar se requiere saber sanar y saber hacia dónde se va. En muchas ocasiones este proceso debe ser acompañado, porque en soledad es muy fácil caer en punto ciegos y seguir en los mismos lugares, con las mismas caparazones.

  • Massiel

    Hola! Que interesante reflección muchas gracias por compartirlo

  • María Teresa

    Es mi historia…, estoy ante el amor 48 años después de haberlo conocido…, me confronta, es mi propia sombra. Es la etapa de las oportunidades para cada uno…, completarnos es la gran tarea

  • Shimigirl

    Como siempre genial!
    Identificada con la historia, sin duda el amor nos confronta con nuestras cargas pasadas, porque al no resignificarlas adecuadamente, se vuelven un ancla, una cadena pesada que no nos permite avanzar, y el amor nos incentiva a eso, nos inspira a caminar, a desarrollar, es ahí cuando llega la crisis. Y en el momento de crisis es imposible visualizar soluciones, ahí la importancia del acompañamiento profesional. Alguien que visualice desde una distancia crítica la situación y nos acompañe en el proceso de gestión de soluciones para lo que nos esta implicando un problema.
    Ya espero con emoción el siguiente artículo :*

  • MIRTA

    Yo siempre temo el rechazo de los demás trató de ser amable pero a veces digo algo a no gusta y me siento sola.Soy muy amiguetes y muy solidaria pero no me siento valorada.Fui una hija no buscada y mi padre falleció siendo muy chica.Tengo una linda familia pero la figura del rechazo me persigue.Mi madre muy autoritaria pero buena esencia sufro dolores cervicales desde la adolescencia y a pesar de la terapia psicoanalítica sólo supe a emocionales son Me persiguen Que puedo hacer

  • Annel

    Excelente artículo que hace reflexionar mucho…

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