Demos el Grito por un México mejor

Demos el Grito por un México mejor

Hoy es el día de la Independencia de México y yo sigo fuera de él desde hace más de un año. Este año irónicamente tendré que conmemorar esta celebración en la verdadera tierra de los conquistadores: Extremadura, España, desde donde la historia comenzó y tiene un matiz distinto al que a nosotros nos contaron. Tal vez nunca vayamos a conocer quien tiene la versión más veraz, pero hoy en este día también quiero dar “el grito”.

Es curioso, pero desde que vivo en el extranjero me han dado más ganas de luchar por mejorar mí país que cuando estaba dentro, viviendo ahí, agobiada por problemas sin trascendencia, con una visión más egoísta en mi burbuja “Godínez” en la Ciudad de México, donde si consigues un trabajo más o menos bien remunerado te olvidas de la situación del resto de los habitantes del país.

Por extraño que parezca, el hecho de haber vivido en países más desarrollados, como Holanda, me ha sensibilizado mucho más con respecto a la situación de México, incluso más que si hubiera estado en países menos desarrollados. Quizá si estuviera en países menos favorecidos, me hubiera invadido una sensación de falsa superioridad y un conformismo dañino, de un “podríamos estar peor”. Sin embargo, el haber estado en países con mejor calidad de vida me hizo darme cuenta realmente de la situación tan dura que se vive en mi país, tanto económica y política, como social.

Me llené de rabia, sí, de mucha rabia. Porque me invadió la sensación de “¿por qué nosotros no podemos tener todo esto?”.  Es increíble tener que considerar como un privilegio en México lo que en países desarrollados se considera un derecho fundamental: Salario digno, seguridad, medios de transporte de calidad, horarios de trabajo que nos permitan vivir también nuestra vida y no solo para trabajar, seguridad, buen nivel educativo y la oportunidad de vivir experiencias internacionales, sin que esto represente endeudarse por años, cumplir con requisitos sumamente excesivos y sumamente estrictos para ganar una de las pocas becas que hay o el haber nacido en una clase privilegiada.

Durante este tiempo he tenido que luchar mucho para no regresar a México, pero al mismo tiempo he comenzado a alzar la voz para que en poco tiempo, el hecho de volver a mí país natal, no signifique un retroceso en mí vida, sino al contrario, sea lo que tanto he deseado.

En este sentido, hoy más que nunca es muy complicada la situación que viven miles de migrantes mexicanos, especialmente en Estados Unidos, pero creo que lo realmente triste e injusto ha sido el tener que abandonar nuestro país porque en él no pudimos encontrar las oportunidades que merecemos o simplemente queríamos. Con esto no hablo del deseo de un Estado benefactor que nos solucione la vida en todos sus aspectos, pero sí de un Estado comprometido y más transparente que comience a hacer bien la parte que le corresponde, para lo cual está contratado.

Cuando nos vamos de México es porque queremos calidad vida: salarios justos de acuerdo con nuestras capacidades y no por debajo de lo considerado como digno solamente para seguir alimentando una falsa competitividad dentro de un Tratado Comercial que ahora deja mucho que desear. Queremos horarios de trabajo que nos permitan disfrutar también de nuestra vida y de las personas que queremos: trabajar para vivir, no vivir para trabajar ni sostener a grandes corporaciones para las cuales somos prescindibles. Queremos seguridad sin importar la hora del día o el lugar, saber que nuestra vida será preservada y que si alguien atentara contra ella sería seriamente castigado.  Queremos un sistema de salud en el que podamos confiar y que no deje morir a las personas que no pueden pagar un sistema médico privado. Queremos un país donde los jóvenes tengan muchas oportunidades para elegir, que el estudiar una carrera universitaria sea accesible para la gran mayoría y puedan viajar y conocer el mundo, para que al pasar de los años no terminen ensimismados en una burbuja de apatía que les impida ver más allá de su realidad. Queremos mayor igualdad y no ser siempre “los números rojos” de las estadísticas de los países que conforman la OECD.

Necesitamos personas que se desarrollen, no sólo personas que sobrevivan.  México se caracteriza siempre por ser un país muy fuerte, que sin importar las adversidades siempre se levanta, pero no dejemos que el ser tan fuerte se confunda y normalicemos las adversidades, porque el aguantar deja de ser una cualidad positiva y a la larga no va a genera ningún cambio. El primer paso para mejorar una situación es estar en desacuerdo con ella, encabronarte, no tolerarla y convencerte de que tienes el derecho de estar mejor.

Desde que me fui, mucha gente me dice que no quiero a mi país, que soy malinchista. Esa gente en cambio dice ser feliz y amarlo, pero hasta hoy no veo que le demuestren su amor, ni quieran salir de su burbuja. Creo que no importa si estás fuera o dentro de tu país de origen, lo importante es empezar a hacer algo que realmente lo ayude. México no mejorará con un “Yo amo a mi México lindo”, porque como ya lo decía Shakespeare desde hace más de 400 años: “The ostentation of our love, which, left unshown, is often left unloved.” («La ostentación de nuestro amor, que se queda sin ser demostrado, a menudo queda sin ser amado»).

Luis Miguel Tapia Bernal

Terapeuta en Constelaciones Familiares. Máster en Terapia Breve Estratégica. Autor de "Las intermitencias del amor".

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